Termina la larga noche pensativa.
El humo sale de mi pipa dibujando extrañas formas en el vacío de la habitación, mientras el jazz y los transeúntes de la calle observan perplejos el pequeño mundo que he creado entre estas cuatro paredes. Me despierto inconscientemente en este sábado y sacudo los sueños de mi pelo. Anoche olvidé la luz encendida (le luci di natale), fruto de un descuido debido quizás a alguna que otra copa de vino.
Me despierto y me digo a mi mismo que hoy será un día tranquilo, un día bonito.
¿Crees . . . . . . . . en el futuro?
Creo en la gente, en la olvidada bondad de las personas. Sí, todavía creo, todavía confío. Ella le llama a esto “Hope”. Hope no es una canción compuesta por tres chicos británicos. Es la fé perdida en la hospitalidad del ser humano.
Ella diría:
“Días donde el tiempo vuela…
donde no cabe pensar,
dónde sólo cabe hacer”.
Y yo le respondo, nena…
¡esta es la oda al humano!
(eeeeet oui!)
Saâd Jebbour
(imágenes realizadas en Madrid durante la primavera y las primeras semanas del verano del año 2012, días donde el Sol no sólo brillaba en el cielo, sino también en mi corazón)